Jean Paul
Sartre[1]
Estimados estudiantes:
Sobre la problemática de la
libertad propongo una lectura atenta de sartre, uno de los mayores defensores
de la libertad.
Libertad
Para Sartre, la categoría antropológica fundamental,
el rasgo más típicamente humano.
En “El existencialismo es un humanismo” nos dice Sartre que la idea
del hombre como un ser libre es una consecuencia inevitable del ateísmo
Compara la concepción creacionista, la concepción según la cual Dios ha creado
al mundo y al hombre, con la visión técnica del mundo. En el caso de los
objetos artificiales la esencia precede a la existencia; la esencia es el
conjunto de rasgos que invariablemente deben estar presentes en un objeto para
que este objeto sea lo que es. Cuando queremos fabricar un objeto primero nos
hacemos una idea de él, nos formamos un concepto en el que se incluyen las
cualidades que le van a definir y su utilidad, su finalidad; el concepto
expresa en el nivel del pensamiento la esencia del objeto que vamos a fabricar.
Así actuamos, por ejemplo, en el caso de un libro o un cortapapel: el artesano
se ha inspirado en el concepto de libro o de cortapapel; intenta que en todo aquello
a lo que llamamos libro o cortapapel estén presentes los rasgos que piensa
mediante el concepto o idea correspondiente. En este sentido se puede decir que
la esencia es anterior a la existencia, puesto que primero es el concepto del
objeto y luego su existencia concreta; la existencia concreta se intenta
acomodar a la esencia que se expresa en la definición del objeto. Según Sartre,
los que conciben a Dios como creador lo identifican con un artesano superior,
el artesano del mundo: cuando Dios crea las cosas del mundo las crea a partir
de la idea que se ha hecho de ellas, del mismo modo que el artesano crea un
libro a partir de la idea que de él se ha formado, y por ello el hombre
individual es una realización del concepto de hombre que Dios tiene en su
mente. En la Edad Moderna la noción de Dios entra en crisis, pero no ocurre lo
mismo con la idea de que la esencia precede a la existencia; y, en el caso
concreto del hombre, se sigue pensando que existe la naturaleza humana, y a
cada hombre como un ejemplo del concepto hombre, exactamente igual que cada
libro concreto es un ejemplo del concepto libro. El existencialismo, añade
Sartre, es un ateísmo coherente, pues afirma que “si Dios no existe, hay por lo
menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que
existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el
hombre... ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa
que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y que después
se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es
definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después y será tal como
se haya hecho. Así pues no hay naturaleza, porque no hay Dios para
concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe,
sino tal como él se quiere y como se concibe después de la existencia; el
hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del
existencialismo.” Con estas tesis Sartre declara la peculiar posición del
hombre respecto del resto de seres: empieza existiendo, no teniendo un ser
propio, empieza siendo una nada, y se construye a sí mismo a partir de sus
proyectos; el hombre es lo que ha proyectado ser. De este modo, Sartre
relaciona la libertad con la falta de naturaleza: tener una naturaleza o
esencia implica que el ámbito de conductas posibles están ya determinadas; que
algo tenga una naturaleza quiere decir que el tipo de conductas posibles que le
pueden acaecer está restringida o limitada por su propio ser; pero el hombre
no tiene naturaleza, no tiene una esencia, por lo que es libre y es lo que él
mismo ha decidido ser.
La reivindicación sartriana de la libertad es tan radical que le lleva a
negar cualquier género de determinismo. No cree en el determinismo
teológico, ni biológico ni social: ni Dios nos ha dado un destino irremediable,
ni la Naturaleza ni la sociedad determinan absolutamente nuestras
posibilidades, nuestra conducta. Somos lo que hemos querido ser y siempre
podremos dejar de ser lo que somos. Los fines que perseguimos no nos vienen
dados ni del exterior ni del interior, de una supuesta naturaleza, es nuestra
libertad la que los elige. Como dice en “El existencialismo es un humanismo”,
no se nace héroe o cobarde, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como
al cobarde superar su condición. Estamos condenados a ser libres:
condenados porque no nos hemos dado a nosotros mismos la libertad, no nos hemos
creado, no somos libres de dejar de ser libres. Aunque todo hombre está en una
situación, nunca ella le determina, antes bien, la libertad se presenta como el
modo de enfrentarse a la situación (al entorno, el prójimo, el pasado). Ni
siquiera los valores, la ética, se presentan como un límite de la libertad,
pues en realidad, dice Sartre, los valores no existen antes de que nosotros los
queramos, no existen los valores como realidades independientes de nuestra
voluntad, los valores morales los crea nuestra determinación de hacer real tal
o cual estado de cosas. Al escoger unos valores en vez de otros, la voluntad
les da realidad. La libertad se refiere a los actos y voliciones particulares,
pero más aún a la elección del perfil básico de mí mismo, del proyecto
fundamental de mi existencia, proyecto que se realiza con las voliciones
particulares.
Esta idea sartriana tiene dos importantes consecuencias:
·
hace al hombre
radicalmente responsable: no tenemos excusas, lo que somos es una consecuencia de nuestra propia
libertad de elección; somos responsables de nosotros mismos, pero también del
resto de la humanidad; lo que trae consigo el sentimiento de angustia y, en los
casos de huida de la responsabilidad, la conducta de mala fe;
·
hace del
existencialismo una filosofía de la acción: de forma un tanto paradójica el existencialismo se
presenta como una filosofía optimista; paradójica puesto que parecería que al
declarar el carácter absurdo de la vida, el ser el hombre “una pasión inútil”,
podría fomentar la pasividad, la quietud, pero dado que el hombre es lo que él
mismo se ha hecho, dado que se declara que cada hombre es la suma de sus actos
y nada más, nos incita a la acción, a ser más de lo que somos: no existe ningún
ser que nos haya creado y que dirija nuestra conducta de uno u otro
modo.
Conducta De Mala Fe
Conducta que intenta esconder la responsabilidad de
los propios actos.
La mala fe es una forma de mentira. Sartre nos pide que distingamos dos tipos
de mentiras:
·
la “mentira a
secas”: es el engañar
a los demás, es la mentira relativa al mundo de las cosas; este tipo de
mentira puede sernos útil en nuestro trato con las cosas;
·
la mala fe: es la mentira inmanente, el autoengaño; en
ella nos engañamos a nosotros mismos.
Con esta conducta nos intentamos ocultar el hecho insoslayable de nuestra
libertad, el ser radicalmente libres, el hecho de que lo que hacemos y lo
que somos es siempre consecuencia de nuestra decisión. La conducta de
mala fe es la conducta por la que nos tratamos como cosas: el rasgo
fundamental de las cosas es el de no ser sujetos, el de ser lo que son como
consecuencia de algo ajeno a ellas mismas, el no ser dueñas o autoras de sí
mismas, y así precisamente nos tratamos cuando vivimos en la mala fe. Cabe
destacar dos importantes ámbitos de la conducta de mala fe: el ámbito de la valoración
de lo que somos y el ámbito de nuestras elecciones.
Para entender la presencia de la mala fe cuando valoramos lo que somos hay que
recordar la tesis esencial del existencialismo: lo que somos es una
consecuencia de nuestra decisión, hemos elegido ser como somos y tener lo que
tenemos. Sartre propone una filosofía de la acción: nuestro ser se agota en lo
que hacemos, no existe en nosotros potencialidad alguna, ni talentos ocultos
que hayamos desperdiciado porque las circunstancias han sido adversas. Este
pensamiento puede ser muy difícil de aceptar, particularmente cuando las cosas
no nos salen como esperábamos. Para aliviar nuestra conciencia podemos hacer a
los demás responsables de lo que nos pasa, podemos creer que era inevitable
–física, psicológica o socialmente inevitable– ser como somos o tener lo que
tenemos; al valorar nuestra existencia podemos alegar que ha sido el destino, o
nuestra circunstancia, o la propia sociedad la responsable de lo que somos;
cuando hacemos esto, cuando “nos buscamos excusas” para hacer más llevadero
nuestro presente, tenemos conducta de mala fe.
La mala fe también se muestra en la elección: cuando elegimos no elegir, cuando renunciamos tomar una
decisión, o nos excusamos indicando que no podemos menos de hacer lo que
hacemos, nuestra conducta es de mala fe. Para ilustrar la mala fe pone en “El
ser y la nada” los dos ejemplos siguientes:
·
dos jóvenes
están sentados en un café; ella sabe que el hombre intenta seducirla, la charla
avanza y él toma la mano de la joven. Pero la mujer no responde, deja estar las
cosas, ni retira la mano ni confirma la intención del hombre, evita tomar una
decisión (aceptar o rechazar la insinuación) dejando su mano en la de él como
si realmente no fuese consciente de la situación: se trata a sí misma como un
objeto, como algo pasivo, como si no fuese protagonista, como si le ocurriesen
las cosas y no fuese propiamente libre;
·
un camarero
sirve a los clientes con excesivo celo, con excesiva amabilidad; asume tanto su
papel de camarero que olvida su propia libertad; pierde su propia libertad
porque antes que camarero es persona y nadie puede identificarse totalmente con
un papel social.
[1] Cf. http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Sartre/Sartre-ConductaMalaFe.htm