viernes, 23 de noviembre de 2012

Jean Paul Sartre


Jean Paul Sartre[1]
Estimados estudiantes:
Sobre la problemática de la libertad propongo una lectura atenta de sartre, uno de los mayores defensores de la libertad.
Libertad
Para Sartre, la categoría antropológica fundamental, el rasgo más típicamente humano.
      En “El existencialismo es un humanismo” nos dice Sartre que la idea del hombre como un ser libre es una consecuencia inevitable del ateísmo Compara la concepción creacionista, la concepción según la cual Dios ha creado al mundo y al hombre, con la visión técnica del mundo. En el caso de los objetos artificiales la esencia precede a la existencia; la esencia es el conjunto de rasgos que invariablemente deben estar presentes en un objeto para que este objeto sea lo que es. Cuando queremos fabricar un objeto primero nos hacemos una idea de él, nos formamos un concepto en el que se incluyen las cualidades que le van a definir y su utilidad, su finalidad; el concepto expresa en el nivel del pensamiento la esencia del objeto que vamos a fabricar. Así actuamos, por ejemplo, en el caso de un libro o un cortapapel: el artesano se ha inspirado en el concepto de libro o de cortapapel; intenta que en todo aquello a lo que llamamos libro o cortapapel estén presentes los rasgos que piensa mediante el concepto o idea correspondiente. En este sentido se puede decir que la esencia es anterior a la existencia, puesto que primero es el concepto del objeto y luego su existencia concreta; la existencia concreta se intenta acomodar a la esencia que se expresa en la definición del objeto. Según Sartre, los que conciben a Dios como creador lo identifican con un artesano superior, el artesano del mundo: cuando Dios crea las cosas del mundo las crea a partir de la idea que se ha hecho de ellas, del mismo modo que el artesano crea un libro a partir de la idea que de él se ha formado, y por ello el hombre individual es una realización del concepto de hombre que Dios tiene en su mente. En la Edad Moderna la noción de Dios entra en crisis, pero no ocurre lo mismo con la idea de que la esencia precede a la existencia; y, en el caso concreto del hombre, se sigue pensando que existe la naturaleza humana, y a cada hombre como un ejemplo del concepto hombre, exactamente igual que cada libro concreto es un ejemplo del concepto libro. El existencialismo, añade Sartre, es un ateísmo coherente, pues afirma que “si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre... ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después y será tal como se haya hecho. Así pues no hay naturaleza, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere y como se concibe después de la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo.” Con estas tesis Sartre declara la peculiar posición del hombre respecto del resto de seres: empieza existiendo, no teniendo un ser propio, empieza siendo una nada, y se construye a sí mismo a partir de sus proyectos; el hombre es lo que ha proyectado ser. De este modo, Sartre relaciona la libertad con la falta de naturaleza: tener una naturaleza o esencia implica que el ámbito de conductas posibles están ya determinadas; que algo tenga una naturaleza quiere decir que el tipo de conductas posibles que le pueden acaecer está restringida o limitada por su propio ser; pero el hombre no tiene naturaleza, no tiene una esencia, por lo que es libre y es lo que él mismo ha decidido ser.
      La reivindicación sartriana de la libertad es tan radical que le lleva a negar cualquier género de determinismo. No cree en el determinismo teológico, ni biológico ni social: ni Dios nos ha dado un destino irremediable, ni la Naturaleza ni la sociedad determinan absolutamente nuestras posibilidades, nuestra conducta. Somos lo que hemos querido ser y siempre podremos dejar de ser lo que somos. Los fines que perseguimos no nos vienen dados ni del exterior ni del interior, de una supuesta naturaleza, es nuestra libertad la que los elige. Como dice en “El existencialismo es un humanismo”, no se nace héroe o cobarde, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como al cobarde superar su condición. Estamos condenados a ser libres: condenados porque no nos hemos dado a nosotros mismos la libertad, no nos hemos creado, no somos libres de dejar de ser libres. Aunque todo hombre está en una situación, nunca ella le determina, antes bien, la libertad se presenta como el modo de enfrentarse a la situación (al entorno, el prójimo, el pasado). Ni siquiera los valores, la ética, se presentan como un límite de la libertad, pues en realidad, dice Sartre, los valores no existen antes de que nosotros los queramos, no existen los valores como realidades independientes de nuestra voluntad, los valores morales los crea nuestra determinación de hacer real tal o cual estado de cosas. Al escoger unos valores en vez de otros, la voluntad les da realidad. La libertad se refiere a los actos y voliciones particulares, pero más aún a la elección del perfil básico de mí mismo, del proyecto fundamental de mi existencia, proyecto que se realiza con las voliciones particulares.
                Esta idea sartriana tiene dos importantes consecuencias:
·       hace al hombre radicalmente responsable: no tenemos excusas, lo que somos es una consecuencia de nuestra propia libertad de elección; somos responsables de nosotros mismos, pero también del resto de la humanidad; lo que trae consigo el sentimiento de angustia y, en los casos de huida de la responsabilidad, la conducta de mala fe;
·       hace del existencialismo una filosofía de la acción: de forma un tanto paradójica el existencialismo se presenta como una filosofía optimista; paradójica puesto que parecería que al declarar el carácter absurdo de la vida, el ser el hombre “una pasión inútil”, podría fomentar la pasividad, la quietud, pero dado que el hombre es lo que él mismo se ha hecho, dado que se declara que cada hombre es la suma de sus actos y nada más, nos incita a la acción, a ser más de lo que somos: no existe ningún ser que nos haya creado y que dirija nuestra conducta de uno u otro modo.   


Conducta De Mala Fe
Conducta que intenta esconder la responsabilidad de los propios actos.
      La mala fe es una forma de mentira. Sartre nos pide que distingamos dos tipos de mentiras:
·       la “mentira a secas”: es el engañar a los demás, es la mentira relativa al mundo de las cosas; este tipo de mentira puede sernos útil en nuestro trato con las cosas;
·       la mala fe: es la mentira inmanente, el autoengaño; en ella nos engañamos a nosotros mismos.
      Con esta conducta nos intentamos ocultar el hecho insoslayable de nuestra libertad, el ser radicalmente libres, el hecho de que lo que hacemos y lo que somos es siempre consecuencia de nuestra decisión.  La conducta de mala fe es la conducta por la que nos tratamos como cosas: el rasgo fundamental de las cosas es el de no ser sujetos, el de ser lo que son como consecuencia de algo ajeno a ellas mismas, el no ser dueñas o autoras de sí mismas, y así precisamente nos tratamos cuando vivimos en la mala fe. Cabe destacar dos importantes ámbitos de la conducta de mala fe: el ámbito de la valoración de lo que somos y el ámbito de nuestras elecciones.
      Para entender la presencia de la mala fe cuando valoramos lo que somos hay que recordar la tesis esencial del existencialismo: lo que somos es una consecuencia de nuestra decisión, hemos elegido ser como somos y tener lo que tenemos. Sartre propone una filosofía de la acción: nuestro ser se agota en lo que hacemos, no existe en nosotros potencialidad alguna, ni talentos ocultos que hayamos desperdiciado porque las circunstancias han sido adversas. Este pensamiento puede ser muy difícil de aceptar, particularmente cuando las cosas no nos salen como esperábamos. Para aliviar nuestra conciencia podemos hacer a los demás responsables de lo que nos pasa, podemos creer que era inevitable –física, psicológica o socialmente inevitable– ser como somos o tener lo que tenemos; al valorar nuestra existencia podemos alegar que ha sido el destino, o nuestra circunstancia, o la propia sociedad la responsable de lo que somos; cuando hacemos esto, cuando “nos buscamos excusas” para hacer más llevadero nuestro presente, tenemos conducta de mala fe.
      La mala fe también se muestra en la elección: cuando elegimos no elegir, cuando renunciamos tomar una decisión, o nos excusamos indicando que no podemos menos de hacer lo que hacemos, nuestra conducta es de mala fe. Para ilustrar la mala fe pone en “El ser y la nada” los dos ejemplos siguientes:
·       dos jóvenes están sentados en un café; ella sabe que el hombre intenta seducirla, la charla avanza y él toma la mano de la joven. Pero la mujer no responde, deja estar las cosas, ni retira la mano ni confirma la intención del hombre, evita tomar una decisión (aceptar o rechazar la insinuación) dejando su mano en la de él como si realmente no fuese consciente de la situación: se trata a sí misma como un objeto, como algo pasivo, como si no fuese protagonista, como si le ocurriesen las cosas y no fuese propiamente libre;
·       un camarero sirve a los clientes con excesivo celo, con excesiva amabilidad; asume tanto su papel de camarero que olvida su propia libertad; pierde su propia libertad porque antes que camarero es persona y nadie puede identificarse totalmente con un papel social.     


[1] Cf. http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Sartre/Sartre-ConductaMalaFe.htm

martes, 20 de noviembre de 2012

Determinismo social por Émile Durkheim


Émile Durkheim[1]
Una pregunta que debemos platearnos es a qué llama sociedad Durkheim. Para él una sociedad está formada por todo conglomerado continuo de individuos en contacto permanente. Es la cuna donde toda persona se nutre de forma constante y gracias a ella somos personas.  (“De la división del Trabajo Social” - pág 234). Y representa un poder que regula los individuos. Para el autor, la conducta de los individuos está siempre predeterminada por regulaciones que provienen desde su entorno y, el conjunto de esas regulaciones nos muestra que la sociedad es una realidad moral que, de cierto modo “envuelve” al individuo. En este sentido la moral para Durkheim, significa aquellas regulaciones que le son habituales al individuo y que a su vez, tienen autoridad para imponerse.
La sociedad es externa y anterior al individuo. Externa porque impone coacciones a sus miembros; y anterior porque históricamente hablando aparece primero la sociedad y luego el individuo, y porque la formación de las conciencias individuales se desprende del desarrollo histórico de la sociedad. En suma, la sociedad determina al individuo.
La vida colectiva no nació de la vida individual, sino que, por el contrario, la segunda nació de la primera. La individualidad personal, como se elabora en el seno de un medio social preexistente, necesariamente lleva la marca de él; se constituye de manera tal de no arruinar ese orden colectivo del cual es solidaria, queda adaptada al mismo, sin dejar de desprenderse. No tiene nada de antisocial, porque es un producto de la sociedad (“De la división del Trabajo Social” - pág 237).
Pero, ¿qué es la consciencia colectiva o moral para este sociólogo? La conciencia colectiva es un conjunto de creencias, sentimientos, juicios de valor, etc. que nos liga y que construye el tipo psíquico de la sociedad. La conciencia colectiva hace a la solidaridad y por tanto a la sociedad. Cuanto más envuelve la conciencia colectiva a la individual, más fuertes son los lazos sociales. Cuanto más fuerte es, menos lugar deja para las diferencias individuales. En este sentido, los Estados o Naciones fuertes y definidos de la conciencia colectiva son la base de la ley penal. Así, lo que hoy llamamos conciencia nacional o conciencia popular sería equiparable a la conciencia colectiva de Durkheim. La conciencia individual alude a un pensamiento alternativo propio. En sociedades segmentarias la conciencia colectiva trata de taparla.
El suicidio o la teoría de la anomia
Para Durkheim el interés por el suicidio está en profundizar el conocimiento de cómo opera en la realidad de la vida la conciencia colectiva. La genialidad del texto está en haber buscado la pista para el análisis de este fenómeno de la vida colectiva en el ámbito de un comportamiento que tiene toda la apariencia de agotarse en el ámbito de la acción individual o en la esfera más íntima de la persona. Un enfrentamiento voluntario con la muerte. Pero de acuerdo al autor, incluso allí, en esa esfera íntima, actúa la fuerza de la sociedad. Aunque se trata de un acto plenamente individual, lo que interesa al sociólogo, es que a partir del hecho mismo y siempre en un período no demasiado largo, este acto se repite da manera casi invariable. Interesará que éste acto individual contiene causas en las cuales es posible actuar no sobre los individuos sino sobre los grupos. Luego de un exhaustivo análisis de distintos factores y grupos, condiciones sociales y religiosas, Durkheim da el paso teórico fundamental en toda la obra, que consiste en la proposición general de que la tasa de suicidio varía en proporción inversa al grado de integración de la sociedad.
En tanto que el concepto de integración social significa la armonización de la conciencia colectiva con la conciencia individual, es decir, la dualidad de la conciencia se resuelve en un armónico equilibrio entre sus dos polos. Cuando esa integración es débil se produce la primacía de la conciencia individual sobre la conciencia colectiva, que es el estado del egoísmo. El suicidio que se produce por este tipo de integración, es el suicidio egoísta. Pero también observa que en las sociedades más primitivas hay formas de suicidio que son compulsivas, es decir, que en determinadas circunstancias los individuos se ven obligados a quitarse la vida. Se trata de una acción de autoinmolación que es asumida como un deber moral, referida generalmente a actos rituales. Este suicidio a diferencia del tipo egoísta, se produce porque la conciencia individual queda minimizada y se diluye frente a la conciencia colectiva. El individuo no es capaz de resistir la presión de las normas del grupo, se trata de un suicidio altruista.
Sin embargo, Durkheim no agota su creación analítica en estos dos tipos de suicidio, ya que nos conduce a una de sus mayores creaciones conceptuales: la teoría de la anomia. El foco estratégico para este desarrollo es el suicidio anómico. De acuerdo al autor, este es un comportamiento extremo que se produce por la ausencia de regulación y, esta ausencia significa inexistencia práctica de la conciencia colectiva. Un fenómeno que se produce cuando desaparece la “malla” de regulaciones y normas que orientan al individuo en el mundo de la vida social. Las situaciones de crisis social, como lo es el caos económico, pueden llegar a producir la desaparición de una malla reguladora de la sociedad y con ello se puede producir una suerte de muerte de la sociedad. En esa situación, el suicidio anómico corresponde a un comportamiento con el cual se pone término radical e irreversiblemente a esa situación de carencia de regulación social. En suma, es un comportamiento que se produce cuando esa carencia es intolerable para el individuo y, aunque es un comportamiento social  que puede tener implicancias psicológicas, es definitivamente un hecho socialmente causado.

Los cuatro tipos de suicidio:
a)    Suicidio egoísta
Las altas tasas de suicidio egoísta suelen encontrarse en aquellas sociedades, colectividades o grupos en los que el individuo no está totalmente integrado en la unidad social global. Esta falta de integración produce un sentimiento de vacío y falta de significado en los individuos. Las sociedades con una conciencia colectiva fuerte y con corrientes sociales protectoras suelen impedir la propagación del suicidio egoísta, entre otras razones porque proporciona un sentido a sus vidas. Cuando las corrientes sociales son débiles, los individuos sobrepasan fácilmente la conciencia colectiva.
b)    Suicidio altruista
Al contrario del tipo anterior, es más probable que este tipo de suicidio se produzca cuando existe una integración social mucho más fuerte, obligando de cierta manera al individuo a cometer este acto.
c)    Suicidio anómico
Este tipo se presenta cuando dejan de actuar las fuerzas reguladoras de la sociedad. Esta interrupción puede llegar a crear un alto grado de insatisfacción, dejando las pasiones con muy poco control. Cualquier tipo de interrupción hace que la colectividad sea temporalmente incapaz de ejercer su autoridad sobre los individuos. En este sentido, las interrupciones liberan corrientes de anomia dadas por actitudes desarraigadas y sin regular.
d)    Suicidio fatalista
Aunque brevemente analizado por el autor este cuarto tipo puede producirse cuando la regulación es excesiva. Durkheim se referirá al tipo de persona que potencialmente puede cometer este tipo de acto, como aquella en que “su futuro está implacablemente determinado, cuyas pasiones están violentamente comprimidas por una disciplina opresiva”. Para el autor es un clásico ejemplo el esclavo que se quita la vida por la desesperación que le producen las reglamentaciones opresivas


[1] De apuntes sobre sociología del profesor.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El fuerte del león


El fuerte del León
Por: Pedro Reliche Reyes

Me pregunto: ¿por qué cuesta a dos personas permanecer fiel?, ¿por qué asusta el compromiso serio?, ¿qué ocurre tanto al hombre como a la mujer en esa decisión trascendental que forma familias, hace sociedades y construye países? Son preguntas que inquietan cuando conocemos numerosos casos de madres solteras, de niños y niñas abandonados, de matrimonios disueltos, de hogares destrozados y de jóvenes volcados a la vida delictiva porque no tuvieron quien orientase sus vidas en un momento propicio de su desarrollo.
Esto lleva a considerar el tema de la fidelidad. La palabra fiel significa exacto, conforme a la verdad, «robusto», firme como un árbol». Quiere decir que en el hombre como en la mujer coinciden los sentimientos con la responsabilidad asumida. Su amor es verdadero como fueron las promesas, pruebas y regalos de enamorados. La relación es firme como un árbol pese a las infaltables peleas y discusiones, desencantos y problemas económicos.  
Hace mucho leí con pasión la historia del caudillo Shivaji y el fuerte de Sinhgadh. Una historia muy conocida por el pueblo indio, especialmente de los jóvenes. Sinhgadh significa literalmente “El fuerte del león”. Shivaji, en un último esfuerzo por lograr la  independencia de su país, envió a su mejor general, Tanaji, para recuperar el fuerte que estaba en manos de Aurangzeb. El fuerte calló pero Tanaji murió en la batalla. La noticia de la caída del fuerte y de la muerte de su general hizo salir de labios de Shivaji la célebre frase: “He ganado el fuerte, pero he perdido el León”. 
            Es interesante la táctica que hizo posible tan importante triunfo. Pues resulta que el astuto general Tanaji sabía lo complicado y difícil que resultaba cualquier ataque directo hacia el fuerte y, en la oscuridad de la noche, buscó una iguana trepadora –lagarto gigante que podía soportar el peso de un niño- le ató una soga y la hizo subir hasta el tope de la muralla; luego, hizo que un pequeño trepe por ella y amarrara en un pilar el pedazo de cuerda que llevaba consigo, y los soldados fueron subiendo uno por uno hasta que llegaron todos. Cuando todos habían subido, el general desenvainó su espada y en presencia de todos cortó la cuerda por donde habían llegado. Eso les dejaba un único camino: lanzarse a la batalla y triunfar, o morir en el intento. No había escapatoria alguna, solamente la victoria era posible frente a los soldados de Aurangzeb. Tampoco había cuerda para bajar ni excusa para el arrepentimiento. El fin de la historia es que los soldados de Tanaji lucharon con bravía hasta el cansancio y vencieron.
            Así como hizo Tanaji, muchas parejas deberían cortar cualquier camino que les conduzca a la pérdida de la relación con la persona amada. Sería bueno que se lancen a la tarea de formar una excelente familia sin miedos y sin excusas. Dejar un escape, una puerta por donde huir y asumir las cosas a medias es mediocridad, falta de coraje y honestidad para consigo mismo. De este modo, el sí del compromiso serio y responsable se convierte en un «pero»
            Te quiero pero todavía dependo de mis padres, te quiero pero aún no tengo trabajo seguro, te quiero pero todavía no puedo olvidar a alguien, te quiero pero me da miedo ser padre o madre, te quiero pero… Así, las excusas se hacen interminables y la fidelidad algo de poca duración.
            Si el ganar implica perder algo, la vida en fidelidad es mucho más ganancia que pérdida. Eso lo sabía bien Shivaji al reconocer que la victoria por la independencia de su país traería consigo la muerte de su mejor soldado, pero eso no le impidió lanzarse a la guerra. Los resultados de una guerra solamente se conocen al final de la misma. Por eso, no hay que huir de la fidelidad hasta no lanzarse a ella y pelear por conseguirla. Recordemos que se llega a ella con decisión firme y sin reserva de alguna puerta de escape.

martes, 6 de noviembre de 2012

Documento de José Luis Martín Descalzo


El Sacramento de la Sonrisa
José Luis Martín Descalzo

Si yo tuviera que pedirle a Dios un don, un solo don, un regalo celeste, le pediría, creo que sin dudarlo, que me concediera el supremo arte de la sonrisa. Es lo que más envidio en algunas personas. Es, me parece, la cima de las expresiones humanas.
            Hay, ya lo sé, sonrisas mentirosas, irónicas, despectivas y ésas que en el teatro romántico llamaban «risas sardónicas». Son ésas de las que Shakespeare decía en una de sus comedias que «se puede matar con una sonrisa». Pero no es de ellas de las que estoy hablando. Es triste que hasta la sonrisa pueda podrirse. Pero no vale la pena detenerse a hablar de la podredumbre.
            Hablo más bien de las que surgen de un alma iluminada, ésas que son como la crestería de un relámpago en la noche, como lo que sentimos al ver correr a un corzo, como lo que produce en los oídos el correr del agua de una fuente en un bosque solitario, ésas que milagrosamente vemos surgir en el rostro de un niño de ocho meses y que algunos humanos — ¡poquísimos!— consiguen conservar a lo largo de toda su vida.
            Me parece que esa sonrisa es una de las pocas cosas que Adán y Eva lograron sacar del paraíso cuando les expulsaron y por eso cuando vemos un rostro que sabe sonreír tenemos la impresión de haber retornado por unos segundos al paraíso. Lo dice estupendamente Rosales cuando escribe que «es cierto que te puedes perder en alguna sonrisa como dentro de un bosque y es cierto que, tal vez, puedas vivir años y años sin regresar de una sonrisa». Debe de ser, por ello, muy fácil enamorarse de gentes o personas que posean una buena sonrisa. Y ¡qué afortunados quienes tienen un ser amado en cuyo rostro aparece con frecuencia ese fulgor maravilloso!
            Pero la gran pregunta es, me parece, cómo se consigue una sonrisa. ¿Es un puro don del cielo? ¿O se construye como una casa? Yo supongo que es una mezcla de las dos cosas, pero con un predominio de la segunda. Una persona hermosa, un rostro limpio y puro tiene ya andado un buen camino para lograr una sonrisa fulgidora. Pero todos conocemos viejitos y viejitas con unas sonrisas fuera de serie. Tal vez las sonrisas mejores que yo haya conocido jamás las encontré precisamente en rostros de monjas ancianas: la madre Teresa de Calcuta y otras muchas menos conocidas.
            Por eso yo diría que una buena sonrisa es más un arte que una herencia. Que es algo que hay que construir, pacientemente, laboriosamente.
            ¿Con qué? Con equilibrio interior, con paz en el alma, con un amor sin fronteras. La gente que ama mucho sonríe fácilmente. Porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad interior a sí mismos. Un amargado jamás sabrá sonreír. Memos un orgulloso.
            Un arte que hay que practicar terca y constantemente. No haciendo muecas ante un espejo, porque el fruto de ese tipo de ensayos es la máscara y no la sonrisa. Aprender en la vida, dejando que la alegría interior vaya iluminando todo cuanto a diario nos ocurre e imponiendo a cada una de nuestras palabras la obligación de no llegar a la boca sin haberse chapuzado antes en la sonrisa, lo mismo que obligamos a los niños a ducharse antes de salir de casa por la mañana.
            Esto lo aprendí yo de un viejo profesor mío de oratoria. Un día nos dio la mejor de sus lecciones: fue cuando explicó que si teníamos que decir en un sermón o una conferencia algo desagradable para los oyentes, que no dejáramos de hacerlo, pero que nos obligáramos a nosotros mismos a decir todo lo desagradable sonriendo.
            Aquel día aprendí yo algo que me ha sido infinitamente útil: todo puede decirse. No hay verdades prohibidas. Lo que debe estar prohibido es decir la verdad con amargura, con afanes de herir. Cuando una sola de nuestras frases molesta a los oyentes (o lectores) no es porque ellos sean egoístas y no les guste oír la verdad, sino porque nosotros no hemos sabido decirla, porque no hemos tenido el amor suficiente a nuestro público como para pensar siete veces en la manera en la que les diríamos esa agria verdad, tal y como pensamos la manera de decir a un amigo que ha muerto su madre. La receta de poner a todos nuestros cócteles de palabras unas gotitas de humor sonriente suele ser infalible.
            Y es que en toda sonrisa hay algo de transparencia de Dios, de la gran paz. Por eso me he atrevido a titular este comentario hablando de la sonrisa como de un sacramento. Porque es el signo visible de que nuestra alma está abierta de par en par.